El sacramento de la Eucaristía, instituido por Jesucristo durante la Última Cena al convertir pan y vino en su propio cuerpo vivo, perpetúa el sacrificio de su muerte en la Cruz. También durante la Última Cena, Jesucristo le encomendó a los apóstoles que hicieran lo mismo en su memoria.
De esta manera nació la Santa Misa, como renovación del sacrificio reconciliador de Jesucristo, según explica el sitio ACI Prensa. Por medio de la consagración el sacerdote convierte en cuerpo y sangre de Jesucristo el pan y el vino ofrecidos en el altar.
La Eucaristía también es un “banquete sagrado en el que los católicos reciben a Jesucristo como alimento de sus propias almas”. Al comulgar, entra en los fieles Jesucristo vivo, “ verdadero Dios y verdadero hombre, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad”, según explica este portal católico.
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Antes y después de la comunión pueden realizarse distintas oraciones. Aquí, una de las más conocidas.
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Para recibir la hostia consagrada, en el momento culminante de la Santa Misa, los fieles deben estar en estado de gracia, libres de pecado mortal, y haber realizado el ayuno eucarístico, que consiste en abstenerse de tomar alimento o bebidas al menos una hora antes de la comunión.
ACI Prensa recuerda que “la Eucaristía es la fuente y cumbre de la vida de la Iglesia, y también lo es de nuestra vida en Dios. La Iglesia manda comulgar al menos una vez al año, en estado de gracia; recomienda vivamente la comunión frecuente y, si es posible, siempre que se asista a la Santa Misa, para que la participación en al sacrificio de Jesús sea completa”.
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Agrega que “Jesucristo está en la Eucaristía verdadera, real y sustancialmente presente, todo entero, vivo y glorioso, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad, bajo cada una de especies y bajo cualquier parte de ellas”.
También dice que “la hostia consagrada no es una “cosa”, sino una Persona Divina, es Jesús vivo y verdadero”.
El sitio Aleteia recomienda esta oración para después de la comunión:
Gracias te doy, Señor, Padre Santo, omnipotente y eterno Dios, porque te has dignado a saciarme a mí, pecador e indigno siervo tuyo, sin mérito alguno, sino por tu sola misericordia, con la participación del sacratísimo Cuerpo y Sangre de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo.
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Te suplico que esta sagrada comunión no sea para mí motivo de castigo, sino que me auxilie para conseguir el perdón.
Sea armadura de mi fe, escudo de mi buena voluntad, muerte de todos los vicios, exterminio de todos mis carnales apetitos, aumento de caridad, de paciencia, humildad, obediencia y de todas las virtudes. Sea perfecto sosiego de mi cuerpo y de mi espíritu, firme defensa contra todos mis enemigos visibles e invisibles, perpetua unión contigo, único y verdadero Dios, y sello feliz de mi dichosa muerte.
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Te ruego que tengas por bien llevar a este pecador a aquel convite inefable donde Tú con tu Hijo y el Espíritu Santo eres para tus santos luz verdadera, satisfacción cumplida, gozo perdurable, dicha consumada y felicidad perfecta.
Por el mismo Cristo nuestro Señor. Amén.