Hace unas semanas me topé con una foto en blanco y negro que me enamoró, donde dos jóvenes, el pintor Martín Reyna y la cantante, actriz, poeta y escritora Rosario Bléfari, posan tomados de la mano para Pompi Gutnisky, en medio de una acción que se llevó a cabo en la estación de subte Callao en 1985. Detrás de esa imagen inesperada descubrí una historia infinita.
Por aquellos años Argentina empezaba una etapa de democracia y agitación cultural junto a una generación de artistas que disfrutaban de esta nueva libertad. En ese contexto, un grupo de pintores entre los que se encontraban José Garófalo, Luis Pereyra, Duilio Pierri, Armando Rearte y Martín Reyna, impulsó un proyecto para hacer una serie de murales en el subterráneo, algo poco habitual por entonces. Según el testimonio de Reyna cuando fue entrevistado por Daniela Lucena, quien realizó una profunda investigación acerca de la acción, la idea había sido de Pierri, inspirado en las pintadas de los subtes de Nueva York donde había vivido entre 1980 y 1984. El problema era que nuestra sociedad no estaba acostumbrada a expresiones de arte urbano, alejadas de los espacios legitimadores, por lo que nadie quiso financiarlos.
La solución al problema fue, como tantas otras veces en el mundo del arte, la autogestión. Los artistas organizaron una fiesta en Cemento, donde se llevó a cabo una jornada de pintura en vivo junto a Las Inalámbricas, grupo liderado por Ana Torrejón y conformado por Cecilia Torrejón, Paula Serrat, Jimena Esteve y Guillermina Rosenkrantz. Sobre un gran plástico y vestidos negros, pintaron hasta que fue tanto el material que chorreaba que empezaron a resbalarse. Antes de cerrar la noche los vestidos fueron subastados, ofreciendo un arte que no sólo podía adquirirse a bajo costo sino que se podía usar. “Fue una experiencia que si bien sucedió durante la primavera democrática, hasta el año 89 la calle era arriesgada, y esta iniciativa da cuenta de eso” explica Daniela, haciendo referencia a lo que sucedería luego con los murales y destacando que fue un caso de censura.
Después de la fiesta en Cemento y de recibir la aprobación de la empresa de subterráneos, durante un mes los artistas crearon 83 murales transformando por completo una de las estaciones más concurridas de la Línea D con una propuesta de figuración libre y neoexpresionismo.
La inauguración fue el 3 de agosto, donde también se realizó una acción performativa donde Las Inalámbricas se casaron con el arte. “Llegaron usando vestidos de novia de segunda mano. Ana había pensado en la estética para el grupo que sellaría un vínculo con este nuevo tipo de arte, que salía al encuentro de las personas y se creaba en el ámbito público. Hicieron una ceremonia sin maridos y con un discurso frente al uso del cuerpo vestido como herramienta para desacomodar. Ellas iban en contra del deber ser y fueron el broche de oro de una acción que empezó en Cemento y terminó en el subte” relata en detalle Lucena.
Sin embargo, cuando llegó la policía las chicas tuvieron que salir corriendo. Mientras todo esto se llevaba a cabo, el contraste entre la gente que viajaba y los amigos de los artistas era enorme. Entre el público estaba Pompi Gutnisky, autora de la foto, que cuenta: “Fue una de las primeras experiencias urbanas en las que haya estado presente y algo muy poco habitual por entonces. Los transeúntes se mezclaron con nosotros y con Las Inalámbricas, que ya venían haciendo acciones en distintos circuitos de la ciudad. Es curioso que no haya sacado fotos de la acción sino del pre y el post, con situaciones aisladas como puede verse en la foto de Martín y Rosario. Incluso tengo una que me encanta donde Rearte está cruzando las vías del subte, algo prohibido pero que tenía que ver con adueñarse del lugar”.
Si se preguntan por qué nunca vieron los murales, el final de la historia está relacionada con la censura que mencionaba Daniela, ya que después de decenas de quejas por parte de los usuarios, que denunciaban que las pinturas eran de mala calidad como producto de una mirada conservadora que aún persiste, decidieron taparlas. “Martín Reyna hablaba de como quizás el problema haya sido el color en contraposición a la Buenos Aires gris de la dictadura que tantos artistas del momento recordaban. Quizás cuando irrumpió, no todos lo toleraron” concluye Lucena.