Aplacados los ecos del llamado debate por el “financiamiento educativo” queda la sensación de que la discusión solo giró sobre la cuestión salarial sin contextualizar lo que significa el desafío educativo y en particular la formación superior.
La universidad es una institución determinante, donde la remuneración docente forma parte de un sistema exhaustivo que funciona integralmente; en esa integralidad habita el saber y también la ciencia, estudian todos los sectores sociales y se forma conciencia.
Desde el laboratorio que representa cada cátedra, desde el talento y la dedicación de docentes-investigadores o desde el ámbito de la contradicción del pensamiento, las sociedades traslucen su vitalidad y consolidan su rumbo.
No en vano los países que lograron desarrollarse tienen en el sistema educativo sus mayores fortalezas. Bastaría comprobar de que nacionalidad son los premios Nobel en ciencias para advertir la respuesta a la comparación.
Lo esencial y lo accesorio. A raíz que el debate abordó una cuestión esencial como si fuera accesoria, quedaron sin formularse preguntas sencillas cuyas respuestas definen nuestras prelaciones: ¿para qué proyecto de Nación enseñan nuestras universidades?
¿Se cumple la cláusula implícita del contrato social que impone un sacrificio colectivo a cambio de lograr avances en áreas estratégicas del conocimiento, la innovación y la formación de recursos humanos calificados? ¿Es la consigna “inteligencia para el desarrollo” una prioridad válida para educar y preparar capital humano que sea competente para un modelo determinado de Nación?
Al carecer Argentina de un proyecto de Nación dirigido a desenvolver todas sus potencialidades y de un contrato social asentado en instituciones públicas confiables, estas preguntas sencillas no tienen respuestas, o si las tienen se limitan a reconocer una vinculación a nuestro añejo perfil agroexportador, lo cual habla mucho de nuestras inconsistencias.
El estatismo exacerbado, el autoritarismo dirigista o el capitalismo de amigos con mercados cautivos, que nos han gobernado durante décadas, nunca se propusieron organizar la sociedad de una manera determinada para sacar beneficios de nuestras capacidades. Estos populismos domésticos, enamorados del corto plazo, nos han hecho perder un tiempo decisivo que nunca se podrá recuperar.
Es una condena que no solo nos hundió en las profundidades del subdesarrollo, sino que, además, nos está haciendo perder el bonus demográfico. Hoy, con el bonus aún vigente, somos incapaces de sostener a nuestros abuelos.
La Constitución Nacional tiene respuestas a estos desvíos demagógicos. Solo resta que nos pongamos de acuerdo en “cómo” ese rumbo de valores constitucionales se concreta en la construcción de una sociedad solidaria y reciproca. El desarrollo social, político y productivo es una respuesta civilizada que debe formar parte de un acuerdo amplio, dirigido a crear movilidad social ascendente. Ese acuerdo tendría que tener tres pilares:
Un pilar institucional, que garantice previsibilidad para el largo plazo; seguridad jurídica, respeto por las reglas de juego; justicia calificada, independiente y equivalente; Instituciones económicas confiables que nos hagan predecibles. En definitiva, instituciones que permitan construir “credibilidad” y “confianza”.
Un pilar productivo, que busque desarrollar una Argentina democrática, republicana y federal basado en la iniciativa privada y la gestión de bienes públicos de calidad, dentro de un marco institucional pro desarrollo.
El objetivo central de esta estrategia productiva debe ser duplicar el trabajo creado y acumulado y el ingreso per cápita en los próximos 25 años. Esto no se logra sin una transformación de nuestra matriz productiva por una de valor agregado exportable, que sea sostenible en el largo plazo y que tenga a la “inversión” como el gran motor del desarrollo. La inversión actúa sobre la productividad y como agente dinamizador de la competitividad externa.
Un pilar educativo, cuyo propósito no sea solo educar ciudadanos sino también formar recursos humanos calificados cuyas habilidades se relacionen con las necesidades productivas del país. Necesitamos transformar nuestros recursos y potencialidades en riqueza distribuible.
El modelo educativo tiene que incluir a la formación en todos sus niveles, incluso los del post grado, investigación y extensión. La premisa: “convertir conocimiento en producción, incentivando la innovación”. Esta es la razón por la que el perfil productivo define gran parte del perfil educativo.
Lo que tenemos no alcanza para todos: Debemos clausurar el tiempo donde las causas se confunden con las consecuencias y entender algo elemental: nuestra riqueza medida en dinero (PBI) no alcanza para sostener mejores niveles de vida y reducir la pobreza.
Esto se sintetiza en un teorema irresuelto: no habrá equilibrio entre lo que producimos y necesitamos para vivir dignamente si no duplicamos la disponibilidad de bienes y servicios con más empleo mejor educado y calificado y más capital e innovación.
Si no mejoramos “simultáneamente” nuestra calidad institucional, producimos un “shock de confianza que atraiga inversiones” y transforme nuestra matriz productiva y, además, lo asociamos a un cambio del rumbo educativo, los resultados, serán siempre los mismos.