Quienes cosen (o tejen o bordan) lo saben bien: nunca se han comprado suficientes telas, hilos, lanas y agujas. No es la impresión, por supuesto, de quienes comparten el espacio con toneladas de ovillos y retazos coloridos. ¿Más cosas? Suelen preguntar, con incredulidad. Sí, más y más porque en cada pedacito de género o madeja renace una promesa, que no es tanto la del producto final de esa labor, sino la de una felicidad plena e irremplazable que anida en el proceso. Comprar un pedacito de tela es comprar un poco de futuro.
Eso explica el desconcierto de Camila cuando, además de la tristeza profunda por el fallecimiento de su mamá, Nélida, se enfrentó a bolsas de telas. ¿Para qué quería todos estos retazos?, se debe haber preguntado. Y más que eso, ¿qué hacer ahora con ese legado?
Camila es fotógrafa y no compartía con su madre el interés por la costura, de manera que buscó en internet la palabra “patchwork”. La técnica es simple: consiste en unir a mano o con máquina de coser pequeños recortes de tela para formar una pieza más grande y, con ella, una prenda, un accesorio, una obra de arte. La técnica es cualquier cosa menos simple, en verdad.
Camilia presionó enter y lo que la pantalla le devolvió fue mucho más que una lista. “Ahí aparezco yo. Quería saber si le aceptaba libros y retazos… Así comenzó todo”, dice a Clarín Pamela Pusineri, alma y motor de un emprendimiento que produce artesanalmente accesorios con esa técnica.
Pamela se encontró con Camila y esos cientos de pedacitos de tela, mudos antes, comenzaron a contar su historia: “Me di cuenta de que Nélida fue una apasionada total y no le alcanzó la vida para coser tantos proyectos que tuvo. Conecté con sus retazos, con la selección que ella había ido haciendo. Era una locura: bolsas con círculos, bolsas con triángulos… Si no conocés del tema, todo ese trabajo va a la basura“, agrega.
Las telas de Noelia son ahora unos bolsos azules con casitas. Y serán otras piezas y otras, pero además llegarán a las manos menores de edad del Hogar Agrícola de Adolfo Gonzales Chaves, a 515 kilómetros de la capital. “Ese espacio municipal, en el que dan clases de manualidades, cerámica y dibujo, fue clave en mi infancia“, cierra Pamela. Los retazos que le prometían felicidad a Noelia siguen sembrando dicha. Por eso nunca son suficientes.